viernes, 12 de enero de 2018

Eso es una mala forma de ser nadie. Cuento sobre la soberbia


Cuentan que hubo un rey que perdió su reino a manos de cualquier otro rey a quien la historia no quiso recordar.

Cuentan que el rey desterrado era ingenioso, imaginativo, con una poderosa mente que no paraba de crear nuevos proyectos. Dicen además que el monarca de un territorio vecino, apiadado por la desdicha del rey desterrado a quien admiraba, le invitó a un exilio dorado en su reino, a él, a sus esposas, sus hijos, su ejército derrotado y sus artistas cortesanos. Mundo de hombres, mundo de mujeres que siguen a los hombres que rigen su destino, tierras tan lejanas como cercanas marcadas por el sol dorado y hermosos arroyos de agua que terminan en canalizaciones que sirven a preciosas ciudades. 

En su nuevo destino, el rey desterrado siguió siendo tan ingenioso, imaginativo como había sido en su antiguo reino. Emprendió numerosas obras que maravillaron a la ciudad, que trajeron alegría y belleza a sus calles, comodidad y dicha a sus ciudadanos. El rey desterrado fue aclamado en la corte y en las calles, rápidamente se compusieron canciones a su ingenio, iniciativa y obra; por donde pasaba la gente se asombraba de su inteligencia y conocimiento. Pero el reino empezó a ser conocido fuera de sus fronteras, atraídos por su fama llegaron artistas, ingenieros, guerreros y cortesanas a la ciudad. Todos conocieron pronto la importancia del rey desterrado, y se sintieron impresionados por su figura y magnificencia. La gente dio con la idea de organizarse gracias a estos nuevos talentos, y pensaron que ya que unos eran ingenieros, otros poetas, aquellos amantes y estos otros guerreros, podrían llamarlos para hacer canalizaciones, veladas, sexo y guerra. Y así lo hicieron.

Algo pasó con el rey desterrado, su capacidad para trabajar se incrementó hasta lo inaudito con estas nuevas empresas. Sin embargo...

Sin embargo el mayor empeño del rey desterrado fue recordar a la gente de la ciudad y a la de fuera, a los corrientes y a los poetas, a los amantes y a los guerreros que él era el mayor guerrero, amante, poeta e ingeniero que jamás pisaría las calles empedradas de la hermosa ciudad. Y que si él no hacía el puente, o el poema, si él no amaba a la casada o al guerrero, si él no lideraba la batalla, nada valdría para nada, que todo aquello que hicieran los demás estaba muy por debajo de lo que él hizo y estaba por hacer. 

No me entendais mal, el rey desterrado participaba en proyectos emprendidos por otros, pero con la idea de que se le rindiera homenaje a él, no para ayudar con su experiencia. Pronto, a pesar de su gran capacidad de trabajo, empezó a dar muestras de cansancio. Sus puentes eran toscas armazones de palos anudados, sus poemas copias rápidas de los de otros y los suyos propios, fundidos en una mezcolanza insípida, sus caricias forzadas y rígidas, rápidas y frías. Cuando estaba con un amante pensaba en la siguiente obra que haría perdurar su memoria y autoridad sobre la ciudad. Eso no le frenó, siguió acudiendo rápidamente a todos los acontecimientos de los que tenía noticia, una, otra y otra vez. Hasta que le llegó aviso del soberano de la ciudad, de buenas maneras le urgía a descansar y a dejar a otros actuar.

Adventure Time - Ice King
Rey Hielo, un personaje de Hora de Aventuras


¿Cómo?. El rey desterrado se alteró hasta lo más profundo de su sensible piel. ¿Cómo le ordenaban a él que no hiciera nada?, a él que era imprescindible. La ira le enrojeció la cara, sus ojos claros echaban chispas de rabia y determinación. Él sabía lo que había que hacer, sabía y conocía cada rincón de ese reino y nada le iba a detener. Caminó hacia el acantilado, porque este reino tenía mar y acantilados con enormes riscos de dura piedra negra, resbaladiza por la humedad del mar y el musgo. Con esfuerzo trepó al risco más alto y contempló el agitado oceano en el fondo; habeis de saber que cuando los reyes desterrados trepan por acantilados y desean mares agitados, eso es justo lo que encuentran en los cuentos. Las olas fieras se deshacían en espuma gris y blanca conformen se estrellaban contra las rocas del fondo. De vez en cuando el aire traía gotas de agua saladas y duras de frío mar que se estrellaban contra la cara y las barbas del rey desterrado.

El rey abrió los brazos, los elevó a ambos lados de su cuerpo y le ordenó al mar, sí, al mar, que se levantara de su lecho profundo y sombrío, y fuera a inundar la ciudad, cada rincón de ella, la ingrata ciudad que era obra suya y que no sabía comportarse como debe comportarse una ciudad. El rey gritó a las olas que volaran por los cielos y cayeran bíblicamente sobre la ciudad, la cubrieran de muerte fría y desolación en justo castigo por su iniquidad. El rey agitó los brazos y vociferó de nuevo la orden. Y de nuevo lo hizo, con más vigor y convencimiento. Se disponía a hacerlo otra vez más cuando la voz de una mujer le detuvo. 

https://coo.tuvotacion.com/imagenes_unicas/seniorita-princesa-ooo-601420.jpg
https://coo.tuvotacion.com/imagenes_unicas/seniorita-princesa-ooo-601420.jpg


Era la voz de una mujer que fue bella una vez, que fue poderosa una vez, que supo que vivía en un mundo de hombres que marcaban su destino. Una mujer  a la que los años le habían arrebatado la gracia del rostro y la música de la voz. 

Era la voz de una mujer que estaba muy acostumbrada a estar callada, pero a quien el rey desterrado temía cuando hablaba. Era la voz de su primera esposa que con sorna cavernosa le decía:

  - Oh, oh, el rey que clama al mar cuando no tiene ni un trozo de tierra al que llamar reino.

El rey se volvió hacia ella. Supongo que os preguntareis cuándo y cómo había llegado la mujer allí, al más alto risco del acantilado, cómo pudo saber dónde dirigirse y con qué fuerzas había culminado la tarea; pero esto es un cuento y no guarda memoria de tan extraordinaria hazaña. El rey estaba enfurecido, de la forma en que se enfurecen los reyes en los cuentos.

  - Haces bien en llamarme rey -le recordó- tú sólo eres reina porque yo soy rey. A mi me lo debes.

  - Entonces ni tú ni yo somos nadie, necio -dijo ella-. Y añadió:


 "Pero tú eres un soberbio iracundo que no recuerda que está en una tierra que no le pertenece. Y eso es una mala forma de ser nadie".

Muchos, muchos años perduró la historia del rey desterrado en la hermosa ciudad que ayudó a engrandecer. Pero la ciudad no le perteneció jamás y las olas del mar se levantaron ni una sola vez por él. La ciudad, ensimismada en su alegría, aprendió a cantarse a si misma y olvidó al rey. El mar es el mar, fue antes y será después de que todo lo que entiende nuestra vista desaparezca.