Mi aficción a garabatear en las servilletas de los bares mientras me tomo un café está empezando a ser tan compulsiva como absurda. Ya casi me temo que como me quite del café voy a dejar de dibujar.
Y es que uso ese momento para hacer un esbozo rápido de lo que se me viene a la cabeza, una forma de mantener viva la imaginación, que es perezosa, y olvidar un poco la rutina diaria. También para fijarme en la gente, como todos. Este año estoy viendo abrigos de pieles sobre descerebradas de todas partes y de todas las edades. A tono y en consonancia con los fríos y las nevadas que nos ha servido el mes de Enero. La moda, la cruel moda, la falta de ganas de pensar.
Volviendo a mis servilletas -mejor dicho la de los bares-, no es que haga grandes cosas, ni que tengan la mínima calidad, pero sí que resultan curiosas algunas. A esto le podría haber llamado "Tormenta de destrucción en los mares de Orión"o "Inquietante despertar de recuerdos del futuro", porque ya se sabe que no importa ni la obra ni el material en que se haga, sino la galería que la exponga y el título que se le dé, especialmente si contiene algún matiz trágico y que insinúe la muerte; como bien sabe Damien Hirst, que es verdaderamente un artista y su arte es la venta.
Pero no, cuando lo estaba haciendo esto no sabía lo que era, cuando lo retoqué para darle color tampoco, y cuando lo cuelgo aquí sólo puedo decir que todavía sigo sin saber exactamente qué viene a ser, algo marino y espacial... Aún así, ha quedado gracioso y colorido.
Quien sí supo narrar la falta de sentido de los propósitos y conceptos humanos enfrentados a la vastedad del universo y la sensación de soledad, de inmensa soledad del astronauta, fue Stanislaw Lem. Hizo mucho más que eso, su obra, casi siempre de Ciencia Ficción, es tan densa, variada y sorprendente que Philip K Dick, otro gran escritor del mismo género, llegó a creer que Lem era en realidad el seudónimo que usaba un comité de autores a las órdenes del partido comunista, y no una sola persona, y su paranoia llegó al punto de escribir una carta al FBI para denunciar estas sospechas. Curiosamente Lem sentía admiración por la obra de Dick, y con razón.