Corría el mes de julio de 2010. El calor era un predador furioso que se agazapaba en cada rincón la calle. Estaba de muy mal humor y quería comprar un regalo para un niño de un año. La opción menos arriesgada para la salud era la librería de la esquina, que además reparte aire acondicionado con generosidad.
Después de ojear media docena de libros de hojas de cartón duro con dibujos satinados de bebés haciendo oh, ah, buuuh, y tomándose su puré, cogí por puro aburrimiento un manual de dinosaurios. No lo habría hecho jamás si no fuera por dos motivos. El primero, el tedio absoluto que dan los libretes para bebés; bueno más que tedio es depresión o furor asesino lo que inspiran cuando quien va a tener que leérselos eres tú. El segundo, que en este manual el tiranosaurio de la portada tenía unas plumas muy coquetas, color castaño estival desvaído, que a pesar de estar distribuídas con cieto desgarbo, le daban cierto encanto leonino-mohicano. Me decidí a echarle un vistazo a la penúltima recreación del para mi abominable mundo de los dinosaurios.
Y es que le tenía manía a la dinomanía. Tantos dinosaurios por todas partes han conseguido que lo que simplemente era indiferencia se convirtiera en abierto rechazo. Libros de dinosaurios por todas partes, webs de animales en las que la estrella indiscutible (en fauna extinta, y en general) son los mismos, alguna noticia suelta en los telediarios, demasiadas imágenes de tiranosaurios con babas propias del dragones de Komodo en el recuerdo. No me atraían lo más mínimo. Hasta la fecha. Era un 22 de julio de 2010.
Abrí el libro y aparecieron un montón de imágenes de dinosaurios a todo color, de bosques mesozoicos, de helechos gigantescos, de manadas atravesando arroyos de aguas enlodadas, de flores que aparecieron en el
cretácico, de extraños bichos emplumados con hocicos reptilianos y dentados incapaces de volar, de los mismos planeando, de otros más parecidos a las aves que conocemos pero con cola larga y brazos fuertes no aptos para el vuelo, de pájaros volando por fin. Y más cosas. De golpe tuve la sensación de que me estaba perdiendo algo muy importante, de que en este libro (y en otros muchos) se recreaba un mundo muy distinto a la que conocemos y muy semejante a la vez. Y claro, compré el libro, el niño del comienzo de la historia podía esperar un tiempo para leerlo.
Desde entonces he tenido mucho tiempo para consultar ese libro y otros. Está claro que los dinos me atrajeron. Pero, ¿por qué?.
- Por la estética, la asombrosa variedad de formas, tan alejadas de los que conocemos en los reptiles actuales. Por ejemplo, los reptiles tienen una forma muy definida de cabeza, con hocico triangular y perfil en ángulo agudo. Entre los dinos encontramos muchos con cabeza de perfil cóncavo a modo de los mamíferos, otros tenían picos, otros dientes especializados. Unos eran cuadrúpedos, otros bípedos, con una postura corporal que recuerda a la de un balancín, con un enorme contrapeso, la cola. Los brazos, eran tan brazos...Esa riqueza morfológica, esa variación que parece exclusiva de los mamíferos, ya la conocieron los reptiles en el mesozoico. Y otros grupos anteriormente.
- Por la diversidad de sus tamños, incluyendo los colosos que son los más conocidos.
- Por los dinosaurios emplumados. Son para mi un reto, la mayor sorpresa que me deparó este libro. No tenía ni idea de la variedad de fósiles de distintas especies, algunas muy lejanas entre si. Eso me rompió muchos esquemas, tuve que dejar de ver la aparición de las plumas como un signo definitivo de la transición hacia las aves, sino como una posibilidad más que dio pie a distintas radiaciones, entre ellas las aves. Hay tal cantidad u variedad de fósiles de formas emplumadas, que se puede hacer una buena recreación de la transición entre dinosaurios-como-aves y aves-como-dinosaurios. Tantas transiciones, me hicieron pensar que realmente no se puede señalar un punto de inflexión entre pájaros y dinosaurios, que esta continuidad impide separarlos, que realmente las aves son dinosairios. Hoy en día manejo un concepto distinto, para mi las aves son aves, y los dinosaurios son dinosaurios, a pesar de que las primeras muy probablemente provengan de los segundos. Digo muy probablemente porque todavía se debaten, científicamente, otras posibilidades. Por cierto, ya adelanto que la más que probable separación del arcaheopteryx del linaje de las aves poco influye en los puntos de vista de los partidarios y detractores -científicos- de lass dinoaves.
En cuanto a las teorías creacionistas, no me interesan ya que mi postura ha sido siempre valorar la ciencia desde la propia ciencia.
Pero el avance por el mundo de los dinosaurios no iba a ser fácil. Además de no saber por dónde empezar a investigar, entre la enorme cantidad de webs que hay y los libros que se dirigen más bien a niños y preadolescentes ya iniciados en esto de los dinos, me esperaban dos obstáculos muy serios. El primero es que este mundillo está lleno de polémicas y peleas. El segundo es la incompresible cladística. Si alguien ha leído hasta aquí ya se habrá figurado que no siento ninguna atracción por ella al haber usado más de una vez la palabra prohibida, reptiles.
Futurama